LLegué a casa y me vi encima esa remera rayada, algo mojada por haber caminado tanto, recordé haber sido tan feliz ese día y casi inmediatamente que, uno o dos meses atrás la llevé puesta en un día que ya no podía ser más oscuro; y hoy, y así, brotó lenta pero segura la ambivalencia absoluta, como dos puntas diferentes... del ice berg.
La remera fue fría hace un tiempo y hoy se sentía la crema corporal mixada con el sudor humeante intentando escapar a hurtadillas por cada uno de los orillos.La remera del tiempo no muy atrás, que vio ese árbol sangrando y roto en un día que no podía competir con otro por lo destejido y desorientado, el día que no parecía que podía seguir oscureciéndose donde ya todo era 'demasiado', cielo donde ya nada escalaba con énfasis, y donde los contenidos eran desamparados engranajes sin sentido.Y hoy, caí en la cuenta que esa 'rayada' me vio en mi peor y mejor momento (como parece que es ley en la vida esto de los días grises y llenos de risas).
Me sintió de cerca, me olfateó y aun sigue siendo tan roja como blanca con marcas del tiempo, claro. Pero la misma. La misma que sigue reciclándose las cicatrices.
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