Bárbara Castello

lunes, 16 de julio de 2012

Dentro

- ¿Viste cómo tiene la cara ese señor, Martina?
- ¿Quién Miranda?, - respondí algo desconcertada.
- Ese, el de boina gris inclinada.
- ¿El señor San Millán?
- Ah, y no sé la verdad… ¡El de zapatos de gamuza y bastón empolvados!
- Efectivamente Miranda, se trata del señor San Millán. ¿Vos estás bien Miranda? No estás siendo demasiado específica, me extraña de vos, ‘siempre tan centrada en tus decires, hablando con tanta propiedad’. No tiene nada en la cara mi queridísima Miranda, sólo que ya está algo viejecito y la vida se le está viniendo a cuestas; ya sus hombros no deben soportar tanta carga como hace unos años.
- Mmm… sí, está arrugadísimo tiene surqueada toda la cara Martina ¿vos podés ver? No me gusta. Yo no quiero llegar a estar de esa manera algún día ¿entendés?, yo cuando me muera, quiero ser un esqueleto perfecto.
- Estás loca Miranda, de remate, ¡Solamente decime que por lo menos me estás escuchando! Vas a estar muerta, ¿qué necesidad de ser el cadáver que más se destaque por su belleza? ¡Vas a estar compitiendo con cráneos que son usados como laberintos por los gusanos! Si fuera en vida (y no te estoy justificando tampoco semejante atrocidad en tus palabras), bueno… Por favor Miranda, me extraña…
- No voy a cambiar de opinión mi ‘queridísima Martina’, el señor San Millán me hace idea, idea de… no me gusta cómo se ve, me asusta Martina, le puedo ver la cara a la muerte si lo observo. A ese tipo le queda poco, le estoy esnifando a la Parca de cerca, es totalmente deprimente. ¿Me entendés ahora Martina a lo que voy?
- San Millán, -y me esforcé en aclararlo audiblemente- se dice que es un hombre muy querido, su vocación era fabricar manualmente – y con la paciencia de los árboles – muebles en dimensiones casi ínfimas, como las de las famosas casitas de muñecas. ¡Eran tan hermosos, labrados y diminutos! ‘Un artesano de gran prestigio, de buena mano’, ‘excepcionalmente habilidoso en el arte de lo manual’, se comentaba. Y, un muy buen tipo por sobre todo.
- Ya no me agradan las casitas de muñecas y toda esa tonta movida de merchandising. Ya no juego con muñecas Martina, ahora la que me extraña sos vos, ¿cambiamos de rol acaso? Martina, pero por favor… Cada vez me estás convenciendo menos. ¿Qué tipo existe más pobre que Don San Millán? vamos, debe ser su único motivo por el que seguir sobre el rellano del mundo, tan quietito y moviendo pinceles y cosas absurdas. El mundo no está preparado para eso, el mundo es otra cosa más que un tonto jueguito con accesorios para muñecas y niñas malcriadas que son consentidas con estas porquerías por sus padres y seguramente como acto de compensación por estar todo el día trabajando, por favor… ¡Me parece totalmente patético!
- El señor San Millán tiene arrugas, sí y es sabido. Varios surcos enredados y envolventes como valles frondosos y complejos (profundos y no tanto). Recorren su frente, y están alojados también sobre las cejas: y así y todo, fue hombre feliz y en cada arruga se proyectan y bifurcan tantos valles como momentos, magia, instantes, sabiduría, metidas de pata, angustias, plenitud y todo un mapa de su vida. Cada surco que vos misma llamás una horrible arruga, es un surco feliz ahora, cicatriz o no de recuerdos tristes, cicatrices cerradas o semiabiertas; todo en el marco de su cara.
En su rostro, reposa el curso de su vida y de su persona, de su alma –sin tapujos, ni escondites, ni máscaras- . San Millán es el único capaz de sumergirse y bucear en ellos cuando le da la gana, y mejor que nadie: él es el único dueño de sus cicatrices y las entiende mejor que nadie en el mundo, es artífice de su propio mundo. Y, pisando el presente puede agregarle gotas de humor, ácido, nostalgia, impotencia, felicidad o lo que crea necesario para apaciguar o potenciar el recuerdo.
Miranda, no ganás nada borrando todos esos surcos, estarías negándote a la vida, a la vejez, al curso normal de la vida, a TU vida, a tus momentos… Y por más tersa y prolija que tu piel logre verse algún día pese al peso y pasar de los años, sin todos estos espejos de vos misma montados en tu rostro en el transcurso de tu vida, jamás vas a ser el cadáver perfecto que tanto deseás. Sólo vas a ser un camino mejor pavimentado para los gusanos y la eternidad de la estrechez humana.

‘Al fin y al cabo, sólo se trata de un juego en donde nadie gana y donde nadie pierde, sólo que un día – y al igual que todos – el juego finaliza y se nos abre una puerta bastante transitada, y todos –tarde o temprano – la atravesamos: no ganamos ni perdemos, repito, ni siquiera tenemos la delicadeza de vivirla. La parca siempre nos seguirá acechando en uno u otro lugar, a la vista o camuflada y secretamente refugiada. De esta, sí que no nos salvamos. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Hasta quizá le conozcamos la verdadera cara a Dios, ¿Qué cosa más bonita que esa podría llegar a existir? La dicha de existir y caer al mundo tan despojados como cuando nos vamos del mismo, está fuera del alcance de nuestras manos pero es que la fuerza, las ganas, la pasión, la motivación, el amor y la capacidad de ser feliz no sólo depende de nosotros, sino que reside dentro nuestro y es que somos los únicos capaces de darle una chance a todo esto para que suceda, para ser nuestros propios artífices al igual que el viejo San Millán, y entonces sólo quedan mil maneras de estallar, curiosear, tocar, sonorizar, mirar, callar, aprender, saciar, llorar, aparecer, trepar, tomar, caer, ver, reír, acontecer, cantar, sumergir, increpar, volar, presumir, conversar, persuadir, saltar, odiar, distraer, correr, superar, alegrar, sacrificar, planear, besar, transformar, imaginar, concretar, comprometer, asistir, esconder, infiltrar, alejar, pecar, profundizar, elegir, probar, apagar, acercar, iluminar, gustar, asomar, amar, pero por sobre todo mil maneras

- de EXISTIR-

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