Bárbara Castello

miércoles, 9 de enero de 2013

Seguís tan así, como el primer día

Intenté sumergirme y bucear las aguas de mis recuerdos y encontrarte allí, cuando todo comenzó. No fue tarea difícil. El corto camino que hemos recorrido juntos, a su vez me parece largo; girando, retrocediendo y sintiendo todas esas calles transitadas a la par, mi amor. Lo que logró unirnos, aún no lo veo con claridad, todavía se me hace imposible desnaturalizarlo y no podría asegurarte, vida mía, si lo sabré alguna vez. Es así, que el por qué de la línea de largada es una silueta difuminada, una misteriosa sombra, un árbol nublado, un fantasma. Es como la mirada inundada en lágrimas saladas que no te permiten ver más allá. Quizá la causa de habernos encontrado en el camino nunca lo sabré, jamás lo sabremos y tampoco me interesa demasiado, amor.
Sí me gusta aquel punto de partida de la ruta que trazamos unidos por besos, por el tiempo, por amaneceres, por viajar encima de las estrellas fugaces con colas infinitas. Unidos, unidos, unidos. Unidos también por la luna con sus cráteres en tantas noches, mezclándonos las pieles, cambiándonos los trajes, noches en que ya no distinguíamos quién era quien. Si vos eras yo, o yo eras vos. Unidos por algo que todos insisten en llamarlo amor que en verdad podría ser tantas cosas como quisiéramos. Por mi parte, pienso que el nuestro es un narciso amarillo o una flor silvestre, siempre erguida y mirando al sol. Una flor, un amor que no pertenece a nada ni a nadie: somos libres y los únicos artífices de nuestras vidas. El viento tantas veces las aterriza en lugares diferentes, el sol las hace enrojecer y las lluvias las refrescan; similar es nuestro amor.
Seguís tan así como el primer día: tan puro, escurridizo, exquisitamente imperfecto, desorbitante, excitantemente refrescante e impredecible. Te guardaría sólo para mí dentro de una cajita de fósforos, para volver a respirarte cuando lo desee, cuando te necesite, cuando te extrañe, cuando me hagas falta (aunque sé que es terriblemente egoísta), entonces, insisto: no me pertenecés - sos tu propio dueño - aunque te elijo, hoy y mil veces te vuelvo a elegir. Viviría años luz en el recuerdo de cualquier noche que encendimos juntos, de cualquier risa compartida. ¿Viste que el camino que parecía tan corto era en realidad un tanto más largo, amor mío?
Te sigo esperando sobre la vereda, con un brazo extendido y mi mirada buscando tu mano, que espero siga en busca de la mía y con fuerza me la estreche. Amorcito mío, quedan tantos caminos por recorrer dentro del revoltoso mar de mis sueños. A mi corazón, sí que estoy segura que le pertenecés y en este momento, le está susurrando a mis oídos que quiere seguir siendo ese cálido lugar en donde hoy, estás viviendo.
[Bárbara, 2013]


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