Me acordé de algo, algo de mentiritas. El recorte que hicieron mis pensamientos de un sueño. Hoy, podría contar detalladamente, aquella mentirita onírica.
MENTIRITA I:
Yo, parada casi al comienzo de un camino que parecía eterno e infinito, al no poderse vislumbrar su final. Había mucha hierba –verde obscura – debajo de mis zapatos, en verdad me encontraba descalza y había sido quizá, de más tierna la hierba ya que ningún pinche me había atravesado la planta de los pies a lo largo del camino de mi creativa mentirita.
A ambos lados del camino, se alojaban arbustos bien podados con frutitos redondeados y color carmín. Recuerdo haberme sentido plena, estaba maravillada. En el pasaje onírico, sólo prestaba atención a dos cosas: los arbustos con frutos carmín y a mis pies sobre la hierba, quizá hasta estaba en invierno porque estaban bastante blancuzcos para el color de mi tez. Yo caminaba y caminaba; sabía que continuaba con la marcha al verme avanzar observando el follaje depositado a ambos lados, porque si hubiese sido por mis pies, ellos siempre se quedaban inmóviles. A veces la hierba se mecía, debió de haber alguna clase de viento o cálida brisa. El sol se refugiaba pálido aunque había apenas, una vaga neblina.
Extendí mi mano, estaba hacia un costado del camino –ya no en medio- para sentir de cerca aquellos frutos rojos. Me hallaba completamente ensimismada con tanta belleza, tengo un trato un tanto particular y ameno con la naturaleza. Esta me eleva, me inspira y hasta a veces me obnubila y sofoca.
Sentí una punzada en mi brazo, era pequeña, como una corriente eléctrica inofensiva que sentí recorrerla muy dentro de mí, en el interior de alguna arteria o nervio. Era como ácido, pero benigno. No me repercutió físicamente, sino que me entristeció de repente. Me sentí burlada por tantos y miles de ojitos que eran tan carmines y perfectos. Pensé que eran maravillosos, pero no lo eran del todo. Quizá hasta alguna lagartija etérea, frívola y lapislázuli sería más amigable o hasta quizá indiferente conmigo. Entonces, me angustié otro tanto, me enojé con tanta preciosidad de sueño que decidí darle un término a todo aquello que comenzaba a contaminarse.
Y fue allí, que quizá me desperté sintiendo amoratado y astillado mi rostro. Maldito sofá, - pensé en aquel momento.
Cinco menos cinco, me cambié ligeramente y salí del cielo raso. No tenía rumbo fijo, pero estaba sobre el origen de mi brotecito de ensueños. Entonces salí, salí y salí, marchando sin preocupaciones sobre mi recién nacido y conocido bebé Strasbourg, sobre mi bella Francia. Y salí, salí, salí…

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