Bárbara Castello

lunes, 25 de noviembre de 2013

Cómo quizá funcione la belleza.



Al llegar a un puesto abarrotado de verduras y frutas, observé cómo la ecuatoriana intentaba hacerse entender con el vendedor - un señor por cierto algo entrado en años y con un ralo bigote entrecano -. Encontrándome de su lado izquierdo, por un corto instante quedé petrificada observando su perfil. Su nariz aguileña - con esa pequeña curvatura tallada que era su tabique - se erigía simpática por entre sus bien definidos pómulos, enmarcados dentro de su rostro de tez cetrina. La piel de Federica parecía excesivamente elástica y de una plasticidad que no recordaba haber reparado en ninguna otra mujer; era también sublimemente tersa y, al sonreír se perforaba tímido y pícaro en una de sus mejillas, un simpático hoyuelo.
Veamos, la ecuatoriana era bella en sí misma, con la curvatura que conformaba su tabique, su hoyuelo y la tibieza de su piel tostada por algunos de los mil soles del Ecuador. Y hasta quizá, si hubiese llevado una nariz ñatita, esta se hubiese perdido - como irreconocible valle - entre las prominentes colinas que dibujaban sus pómulos. Si no sonreiría con frecuencia, jamás hubiese yo reparado en su pícaro hoyuelo que, de a ratos, se asomaba intrépido como un aljibe que insiste en ser descubierto
¿Cómo podría ser entonces juzgada la belleza?, ¿Cómo funcionaría? Tiempo atrás, el errante Knulp habíase interrogado acerca de la belleza, de tan hermosa manera y como tantos otros lo han hecho a lo largo de la historia. Luego de tantas idas y venidas, gracias al perfil de la ecuatoriana que se figuraba por sobre un fondo atiborrado de cajones de madera con coloridas frutas, había desmantelado otro de los infinitos grises que encapulla tan secretamente la corola de los encantos. Una arista grisácea que encierra misterio e inexactitud, aún más que una sellada crisálida que todavía lleva una oruga dentro, quien instiste en darle golpecitos a sus paredes presurosa por ser mariposa. El mismo mundo para mí, estaba lleno de grises: el blanco y el negro existen, claro está, aunque el blanco llevará pinceladas negras y el negro se mixtura siempre con tintes claros. Así de relativa es también la belleza. Continuaba entonces indagando aquella probabilidad remota que se balanceaba intranquila por entre mis fibras más íntimas, sacudiéndome por entera. Si todo posee su costado bello - y no hablo de la belleza de las almas, en lo más mínimo - ¿por qué no juzgar la belleza de las apariencias en sí misma? Así como una clavelina no despide las mismas notas de perfume que los pinos cubiertos por la alfombra blanquiazulenca que tienden las nevadas en invierno; cada ser, cada criatura, cada hombre, cada pájaro y cada mujer poseían una belleza singular.
Federica no llevaba una nariz de esas que se consideran perfectas - sabemos seguramente de cuáles hablamos, de esas que parecen talladas en mármol por un Miguel Ángel -. Sin embargo, no dejaba por ello de ser bella, por el contrario, aquello armonizaba con las demás partes de su cuerpo, con su voz, sus gestos, sus movimientos y miradas, con su propio alma, equilibrando así todo su ser, de cabo a rabo.
Si eligiera una persona al azar - ya sea hombre o mujer - y le hiciéramos comparar una fotografía reciente de la ecuatoriana con una de Sharon Stone o Sophia Loren a sus veinticuatro años, unos se inclinarían por el atractivo de la señorita Stone o por el de Sophia y otros asegurarían que Federica es la más bella entre las tres. ¿Es necesaria la comparación? La belleza, al igual que la felicidad y la visión que tenemos del otro, siempre tendrán carácter subjetivo, tema harto conocido. Insisto, la belleza debería ser juzgada en sí misma. Jamás ella develará el corazón de su esencia, justamente porque su secreto consiste en inconmensurables grises y aristas. La belleza es una eterna circunferencia milenaria e infinita, y lo es también como el prisma, "todo depende del lado del cristal desde donde se lo aviste". La ecuatoriana era bella en sí misma, las clavelinas y los pinos nevados eran bellos en sí mismos, lo mismo podría decir acerca de los astros, las estalactitas, el horizonte, la gramilla, los copos de nieve, los arácnidos, el humeante leño encendido en una cabaña olvidada, los copos de azúcar color uva, las espinas y hiedras, las colas de los cometas que brillan instantáneas en la oscuridad para luego desaparecer, como los rayos y las tormentas eléctricas, las estrellas que mueren y se pierden en la infinitud del universo, los relámpagos y...

Bárbara, 8 de septiembre de 2013



PH: Ballerina Project

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