– cuando en realidad –, no lo es.
Enseguida, me di cuenta que mi complejidad es como la de un niño “bastante simple”, como cuando una mueca feliz se les dibuja en el rostro a los infantes, al recibir una bolsita de caramelos.
Tropecé con un sin fin de caritas que me hicieron sentir una más de ellos, de sus juegos, de su ingenuidad, de su simpleza y, de aquella innata y tierna magia que tienen para ver el mundo. Y, me bastaron sólo unos instantes para comprender que con esa luz que todos los niños traen consigo –envasada y de contenido diferente – inexorablemente, pueden transportarnos hacia un mismo sitio: un lugar verdaderamente real, por donde se lo mirase.
Y fue allí, donde se me agotó el sentimiento temeroso y tonto de presentir –cada día de mi vida – que había algo que siempre me faltaba, que nunca supe con precisión lo que era, y hasta a veces me obligaba a creer que lo tenía, aunque siempre se me terminaba escapando.
Ya nada se me escaparía ahora, tan tempranas edades me hicieron ver que lo tenía todo y que aquel lugar –tan puro y real -, EXISTÍA.

[-BAR]
No hay comentarios:
Publicar un comentario